sábado, 23 de marzo de 2013

Primer día de clase. (Billiken #4853)



Primer día de clases

Volvió a sacar todo de la cartuchera. Necesitaba repasar la lista una vez más. Agarró el papel celeste que había preparado su mamá y repitió:

—12 lápices de colores ..Si, son estos…1 lapicera pluma,  listo...y dos cartuchos de repuesto, Listo también... 1 goma de borrar,  Acá está… Tijera…—
En este momento Santi se quedó pensando. Él ya había probado la tijera nueva  en el control anterior, y le pareció que no cortaba bien.
—Esta no me convence..., — dijo... y fue a pedir consejo
—“Mamá ¿Qué tijera llevo? ¿La nueva?  Que me parece que no corta prolijo ¿O la  del año pasado que cortaba tan bien que la seño de Tecnología  me puso un sobresaliente en el collage?”—
La mamá contó hasta tres y con la voz más calma que logró dijo:
—“La que te parezca mejor, hijo,”
Y Santi se fue  pensando, si cambiaba o no la tijera.
Tener la cartuchera lista, lo hacía sentir seguro. Pensaba que no iba  a ser un año fácil y había que estar todo lo preparado que fuera posible.
Sentía que si tenía bien  la cartuchera todo saldría bien. En realidad, esas cosas eran lo único que él podía controlar.
La mama de Santi había hecho un esfuerzo enorme por complacerlo en el armado de la mochila, habían elegido juntos cada uno de los útiles que se pedían en la lista de materiales y este año, ella no le había pedido que reciclara ninguna carpeta, así que todo era nuevo y a estrenar, todo menos la tijerita plateada.
El verano había sido eterno. Había pensado una y mil veces como serían sus nuevos compañeros. La idea de ir al cole solo a la tarde le gustaba, pero no hacía  desaparecer  la ansiedad que recorría su cuerpo cada vez que pensaba en el recreo y en los juegos.
La directora de la escuela parecía buena. Ya le había contado quienes serían sus compañeros, cuales eran los  horarios de los recreos y que días tendrían gimnasia.
 Lo que de verdad lo tenía nervioso a Santi no era el cambio de cole,  porque en definitiva pensaba que no iba a tener que madrugar  y  le parecía genial. Tampoco le preocupaba no ver a sus amigos porque sus papás y los de ellos habían prometido que se seguirían viendo y ellos nunca mentían. Los días pasaban y no podía dejar de pensar en el primer recreo.
Le quitaba el sueño y lo hacía revisar la cartuchera una y otra vez, se había probado el uniforme unas cuantas veces y había tenido el recaudo de elegir los zapatos que le parecieron más cancheros. Pero nada  terminaba de tranquilizarlo.
Llegó el primer día de clases, se despertó temprano y desayunó un jugo de naranja y medialunas. Después se bañó, se perfumó y  repasó la mochila una vez más, con especial atención. Era la última oportunidad de notar un error.
A las doce la mamá lo llamó  a comer pero casi no probó bocado, en parte por los nervios y en parte porque no estaba acostumbrado a almorzar tan temprano.
La cuenta regresiva estaba en marcha.  Seguía preocupado por el primer recreo, como si fuese una bomba que debía desactivar.
Llegaron al cole, formaron, la directora les dio la bienvenida, cantaron el  himno y luego cada grado se fue a su aula seguido por una bandada de papás alborotados flameando cámaras de fotos por aquí y por allá.
Saludos, besos, abrazos, últimas recomendaciones... y a empezar...
La maestra les habló un rato, algunos chicos hablaron de sus vacaciones y de que querían que el recreo empezara lo antes posible, Miró su reloj y vio que solo faltaban 20 minutos para el temido momento de la verdad... ¿y si ni siquiera le preguntaban si le gustaba el fútbol? ¿y si la cosa era aún más difícil y lo ponían directamente a jugar?
Estaba pensando en eso cuando descubrió que la maestra,  Elena, estaba explicando que este año usarían carpeta para algunas actividades  y que  tenían un nuevo compañero, llamado Santiago, y le hizo una seña  para que se presentara...
Él, con los cachetes recontracolorados levantó la mano y les dijo:
—Hola, Soy Santi —
Sonó el timbre.  Había sido salvado de tener que presentarse frente a los compañeros pero lo enfrentaba con su miedo más  grande. El primer recreo había llegado.
Vio como tres chicos, liderado por uno que era más alto que el resto de la clase se acercaba hacia él.
 —Estoy frito —pensó
Ya casi estaba dispuesto a responder “No gracias, no me gusta el fútbol” cuando  el más flaquito  con anteojos le dijo:
—Hola, Soy Tomy, Rosa, tiene helados, ¿Venís a buscar uno?—
A Santi no le salían las palabras y cuando pudo, preguntó
—¿Quién  es Rosa?
— La señora del kiosco —dijo el trío casi al unísono
–¿Tenés 2 pesos? Dale, vamos…—dijo uno de los chicos.
—Sí , tengo— dijo Santiago, y palmeó con alivio el bolsillo de la chomba donde tenía el dinero que le había dado su mamá.
Y ahí se fueron. Viejos y nuevos, altos y bajitos, todos apurados  por saludar a Rosa y por pedirle  helados de frutilla para sobreponerse al duro golpe de empezar las clases otra vez...
El helado estaba riquísimo pero el calor lo derretía rápido. Cuando sonó el timbre  la maestra los mandó a lavarse las manos, corrieron y se reían porque tenía razón se les iban a quedar pegadas las primeras hojas del cuaderno nuevo.
Llegaron últimos al aula y apenas se habían sentado cuando entró el maestro nuevo a contarles que les enseñaría inglés.
Santi sonrió. Ya nada le preocupaba. El primer recreo había pasado y el cole nuevo le gustaba.