domingo, 6 de octubre de 2013

Punto de inflexión

Hay un instante, minusculo, casi imperceptible donde todo cambia.
Donde ya no alcanza mirar hacia el costado tratando de ignorar el dolor ajeno.
Donde cerrar los ojos no impide ver la tristeza del prójimo.
Donde, inevitablemente, y para siempre uno toma consciencia de que es responsable, de algun modo, de intentar hacer del mundo un lugar mejor.

sábado, 23 de marzo de 2013

Primer día de clase. (Billiken #4853)



Primer día de clases

Volvió a sacar todo de la cartuchera. Necesitaba repasar la lista una vez más. Agarró el papel celeste que había preparado su mamá y repitió:

—12 lápices de colores ..Si, son estos…1 lapicera pluma,  listo...y dos cartuchos de repuesto, Listo también... 1 goma de borrar,  Acá está… Tijera…—
En este momento Santi se quedó pensando. Él ya había probado la tijera nueva  en el control anterior, y le pareció que no cortaba bien.
—Esta no me convence..., — dijo... y fue a pedir consejo
—“Mamá ¿Qué tijera llevo? ¿La nueva?  Que me parece que no corta prolijo ¿O la  del año pasado que cortaba tan bien que la seño de Tecnología  me puso un sobresaliente en el collage?”—
La mamá contó hasta tres y con la voz más calma que logró dijo:
—“La que te parezca mejor, hijo,”
Y Santi se fue  pensando, si cambiaba o no la tijera.
Tener la cartuchera lista, lo hacía sentir seguro. Pensaba que no iba  a ser un año fácil y había que estar todo lo preparado que fuera posible.
Sentía que si tenía bien  la cartuchera todo saldría bien. En realidad, esas cosas eran lo único que él podía controlar.
La mama de Santi había hecho un esfuerzo enorme por complacerlo en el armado de la mochila, habían elegido juntos cada uno de los útiles que se pedían en la lista de materiales y este año, ella no le había pedido que reciclara ninguna carpeta, así que todo era nuevo y a estrenar, todo menos la tijerita plateada.
El verano había sido eterno. Había pensado una y mil veces como serían sus nuevos compañeros. La idea de ir al cole solo a la tarde le gustaba, pero no hacía  desaparecer  la ansiedad que recorría su cuerpo cada vez que pensaba en el recreo y en los juegos.
La directora de la escuela parecía buena. Ya le había contado quienes serían sus compañeros, cuales eran los  horarios de los recreos y que días tendrían gimnasia.
 Lo que de verdad lo tenía nervioso a Santi no era el cambio de cole,  porque en definitiva pensaba que no iba a tener que madrugar  y  le parecía genial. Tampoco le preocupaba no ver a sus amigos porque sus papás y los de ellos habían prometido que se seguirían viendo y ellos nunca mentían. Los días pasaban y no podía dejar de pensar en el primer recreo.
Le quitaba el sueño y lo hacía revisar la cartuchera una y otra vez, se había probado el uniforme unas cuantas veces y había tenido el recaudo de elegir los zapatos que le parecieron más cancheros. Pero nada  terminaba de tranquilizarlo.
Llegó el primer día de clases, se despertó temprano y desayunó un jugo de naranja y medialunas. Después se bañó, se perfumó y  repasó la mochila una vez más, con especial atención. Era la última oportunidad de notar un error.
A las doce la mamá lo llamó  a comer pero casi no probó bocado, en parte por los nervios y en parte porque no estaba acostumbrado a almorzar tan temprano.
La cuenta regresiva estaba en marcha.  Seguía preocupado por el primer recreo, como si fuese una bomba que debía desactivar.
Llegaron al cole, formaron, la directora les dio la bienvenida, cantaron el  himno y luego cada grado se fue a su aula seguido por una bandada de papás alborotados flameando cámaras de fotos por aquí y por allá.
Saludos, besos, abrazos, últimas recomendaciones... y a empezar...
La maestra les habló un rato, algunos chicos hablaron de sus vacaciones y de que querían que el recreo empezara lo antes posible, Miró su reloj y vio que solo faltaban 20 minutos para el temido momento de la verdad... ¿y si ni siquiera le preguntaban si le gustaba el fútbol? ¿y si la cosa era aún más difícil y lo ponían directamente a jugar?
Estaba pensando en eso cuando descubrió que la maestra,  Elena, estaba explicando que este año usarían carpeta para algunas actividades  y que  tenían un nuevo compañero, llamado Santiago, y le hizo una seña  para que se presentara...
Él, con los cachetes recontracolorados levantó la mano y les dijo:
—Hola, Soy Santi —
Sonó el timbre.  Había sido salvado de tener que presentarse frente a los compañeros pero lo enfrentaba con su miedo más  grande. El primer recreo había llegado.
Vio como tres chicos, liderado por uno que era más alto que el resto de la clase se acercaba hacia él.
 —Estoy frito —pensó
Ya casi estaba dispuesto a responder “No gracias, no me gusta el fútbol” cuando  el más flaquito  con anteojos le dijo:
—Hola, Soy Tomy, Rosa, tiene helados, ¿Venís a buscar uno?—
A Santi no le salían las palabras y cuando pudo, preguntó
—¿Quién  es Rosa?
— La señora del kiosco —dijo el trío casi al unísono
–¿Tenés 2 pesos? Dale, vamos…—dijo uno de los chicos.
—Sí , tengo— dijo Santiago, y palmeó con alivio el bolsillo de la chomba donde tenía el dinero que le había dado su mamá.
Y ahí se fueron. Viejos y nuevos, altos y bajitos, todos apurados  por saludar a Rosa y por pedirle  helados de frutilla para sobreponerse al duro golpe de empezar las clases otra vez...
El helado estaba riquísimo pero el calor lo derretía rápido. Cuando sonó el timbre  la maestra los mandó a lavarse las manos, corrieron y se reían porque tenía razón se les iban a quedar pegadas las primeras hojas del cuaderno nuevo.
Llegaron últimos al aula y apenas se habían sentado cuando entró el maestro nuevo a contarles que les enseñaría inglés.
Santi sonrió. Ya nada le preocupaba. El primer recreo había pasado y el cole nuevo le gustaba.









miércoles, 30 de enero de 2013

8 de Marzo

Salgo apurada a la verdulería antes de que cierre...
Doy vuelta en la esquina y veo charlando, fraternalmente, sentadas en la sillas que el kiosco tiene en la vereda, a la señora que recolecta cartones y a la kioskera, se rien, charlan, si no supiera quienes son, diría que son amigas...
Una le muestra a la otra un catálogo de cosméticos... y se concentran en el tema..
Yo me apuro porque estoy a punto de quedarme sin puré!

8-Marzo-2012

La que sigo siendo...

La casa huele a manzanas asadas, recien hechas...
Igual a cuando las horneaba mi abuela.
Esas manzanas que otrora no me gustaban porque era comida de gente grande, hoy me fascinan.
No señores. No creci. Sigo siendo esa niña.
Y me estoy reconciliando con mi pasado.

3-Agosto-2011

Con los ojos abiertos...

De algún modo nos volvimos más atentos.... y cosas que hace un tiempo se nos escapaban del radar, hoy nos llaman la atención

Como el vecino que se sienta en una esquina, con su andador, y pasa largos ratos allí, mirando la gente, los autos, y saluda cordialmente a cada uno de los que al pasar, se animan a mirarlo a los ojos.

-Má, ahí esta el señor, otra vez,,, Saludemoslo-
-Buen día- le dije
-Buen día, señora - me respondió

Avanzo dos pasos y lo miro a Juan como para decirle... ¿no lo ibas a saludar? pero antes de que abra la boca, me gana de mano, sonríe con una sonrisa amplia y medio hueca producto del recambio de sus caninos y me dice:

-Se puso contento el señor -

lunes, 28 de enero de 2013

44


Lloviznaba. Por suerte el colectivo apareció instantes después de que llegué a la parada. No era la primera de la fila pero tuve la suerte de encontrar un asiento al fondo, justo  el que esta sobre la rueda. Me gusta ese asiento porque es más alto que los demás y me deja mirar a la gente y  ver sus costumbres. Me gusta identificar a los inquietos, los ansiosos, los agotados, los lectores, los desorientados y los que no saben muy bien si realmente tienen ganas de ir a donde están yendo.

Ella estaba sentada en el primer asiento detrás del conductor, justo ese que  en los nuevos coches te hace viajar de espaldas, y que en este caso la dejaba frente a mí.  Tenía unos diecisiete años, una campera de cuero, el pelo aún húmedo y  las piernas reposadas sobre el asiento de al lado en una actitud de  distensión que contrastaba fuertemente con sus hombros contraídos y el enojo de su cara.
Estaba hablando por teléfono. Y aunque estaba enojada a mi me pareció que tenia una mirada frágil y triste, como a punto de quebrarse en mil pedazos. Me llamó tanto la atención que quede absorta en su historia. Y la verdad que esta vez poco puedo contarles de los demás pasajeros. Intentaba hablar con alguien pero era claro que desde el otro lado no la estaban escuchando, o no le daban el espacio.
“Yo sé que me equivoque, Mama, estoy tratando de que podamos hablar”  alcancé a escuchar cuando el motor del colectivo suavizo su sonido en un semáforo en rojo.
Que difíciles somos las madres atiné a pensar, antes de ver como  ella cerraba el teléfono con un bufido.  El aparato debe haberle sonado casi inmediatamente, porque lo miró,  puso los ojos  en blanco y sopló con furia el mechón de flequillo que le tapaba uno de sus ojos…
Atendió a desgano, la charla duro unos instantes y nuevamente la interrumpió con enojo.
No había dudas , era su mama que evidentemente tenia mucho mas por decirle.
La vi derrumbarse, frente a mi, en el asiento de un colectivo. Parecía que el mundo se escurría bajo sus pies y nada podía  hacer frente al terremoto maternal que la atormentaba.
Estuve a punto de levantarme y abrazarla justo cuando alzó la mirada y descubrió una cara conocida que le sonreía. Su amiga se acercó y ella, en un gesto espontaneo, corrió los pies del asiento.  Hablaron durante un par de cuadras y otra vez un semáforo en  rojo, esta vez en Elcano y  De los Incas, me dejó escuchar una voz  suave y cantarina que le decía “Necesitas un abrazo”.

El colectivo arrancó bruscamente pero no les importó. Una sufría y la otra estaba ahí atenta y dispuesta a confortarla. Unas pocas paradas después, una de ellas, no importa cual, se bajo del colectivo.  Y yo me quedé muy contenta de haber descubierto que la magia viaja en el 44.

Cuida de mí...

-No estés ahí, ponete aquí, a la sombra.. Asi.. debajo del  árbol-
-No toques la baranda, que esta sucia -
-Juli, ¿a donde vas? vení acá, parate en este escalón, agarrate de la baranda, no te vayas a caer...


Llevo escuchando a esta abuela, tres veces a la semana, durante casi un mes.
Una de sus nietas, comparte la clase de natación con mi hijo, y la otra, que es mas pequeña aun no puede entrar al natatorio...

Me impresionó mucho el modo en el que esta mujer no podía relajarse ni un instante, ni siquiera cuando esta nena, una morocha preciosa de pelo largo y super enrulado, obedecia docilmente.

Llevo casi un mes observandola y preguntandome que mas hay alli.
Porque no somos quienes somos azarosamente, no señor. Somos el resultado de nuestras vivencias y nuestras decisiones.

Hoy llegó tarde y se puso a contarme que le pasó...

El médico que atiende a su esposo en su casa, se demoró un poco, y la enfermera que la ayuda a cuidarlo durante el día está de vacaciones. Se atrasó todo y su nieta llegó 10 minutos tarde a la clase, pero llegó.

Y ahí la vi, a ella, no a la mujer de la coraza que iba y venia y cada dos minutos impartía una orden. No. Vi a Beatriz, con sus ojos cansados, rodeados de arrugas, intentando seguir adelante con todo, cuidando y protegiendo a su familia y tambien, pidiendo a gritos, que alguien, algun dia, cuide un poquito de ella.